Cuenta la leyenda que, en una tribu africana, todos los integrantes del poblado conocen la canción de los demás. Se trata de la canción del alma, una melodía específica para cada persona, con una resonancia especial, con las palabras adecuadas que le ayudarán a recordar, cada vez que la escuche, cuál es su propósito de vida.
La mujer embarazada se interna en la selva con otras mujeres, que la acompañan para descubrir cuál es la canción de su bebé y, cuando la obtienen se la cantan. Al regresar al poblado se la cantan también a los demás, para que todos se la aprendan.
El objetivo es que esa canción sirva a la persona para entrar en contacto fácilmente con su alma, porque en ella se encuentran las respuestas que necesitará para avanzar sin apartarse de su plan de vida.
El plan de vida es como el proyecto que se crea antes de iniciar una nueva empresa: se establece una idea clara de lo que se quiere lograr, se idea cómo, se determina quién lo llevará a cabo y con qué colaboraciones contará…
Antes de cada nueva encarnación, el alma decide qué lecciones desea aprender, quién le ayudará a aprenderlas y cuál será su aportación a la evolución del conjunto de la sociedad. Habitualmente, esa aportación tiene mucho que ver con la vocación, esa labor que a la persona le resulta fácil y gratificante, tanto que siente una gran satisfacción sólo por el hecho de desempeñarla.
Hoy en día, muchas personas viven ajenas a su plan de vida. Estamos acostumbrados a dejarnos llevar por el qué dirán, por lo que los demás opinan que es correcto, por las creencias que nos impulsan a acumular bienes materiales, a poseer en vez de a ser nosotros mismos. Así, aquello que hemos venido a aportar, lo que verdaderamente deseamos hacer, queda relegado a un segundo plano, pocas veces atendido, eternamente postergado, hasta que llegue el momento, hasta que tenga dinero, hasta que tenga tiempo…
Hemos crecido aprendiendo que la voz del corazón no es importante, que lo importante es lo que nos indica la razón, y así desatendemos la llamada interior que nos pide atención constantemente, porque el alma nunca se calla. Tiene un objetivo que cumplir y se dirige hacia él, siempre.
El alma habita en el corazón. Cuando nos apartamos del propósito que vino a cumplir, el alma protesta y nos indica, por medio de la apatía o de la angustia, que no está de acuerdo con las decisiones que vamos tomando. Si continuamos avanzando con un rumbo equivocado iremos directos hacia la tristeza, la rabia y la insatisfacción. Esas emociones nos volverán irascibles y huraños, fomentarán la envidia y el deseo de tener lo que tienen los demás, generarán desconfianza y conflictos.
¿Qué sucedería en el mundo si todas las personas viviesen conscientes de su plan de vida?
Que se acabaría la insatisfacción, que encontraríamos la paz interna. Dejaríamos de mirar al otro como un competidor o como un enemigo; ya no desearíamos lo que él tiene porque, sólo siendo nosotros mismos, nos sentiríamos completos. Nuestras vidas se llenarían de felicidad, ese bien que todos buscamos y que se muestra tan esquivo. ¿Nos hemos parado a averiguar por qué nos resulta tan difícil ser felices, si la felicidad es uno de los derechos inalienables del ser humano?
Solemos pensar que las respuestas que necesitamos a la hora de tomar decisiones importantes se encuentran fuera de nosotros mismos, pero lo cierto es que esas respuestas están en el interior.
Es el alma la que sabe a qué hemos venido, la que nos marca el rumbo. Escuchar la voz del alma es la garantía de éxito que, a menudo, buscamos en lugares equivocados. Por eso es tan importante recordar.
Recordar quiénes somos y para qué hemos venido. Aunque sea poco a poco. Ir descubriendo el camino, caminar por él, reencontrarnos.
Es necesario que le proporcionemos al alma una oportunidad para expresarse y ser escuchada. Inmersos en las prisas del día a día, preocupados por ganar suficiente para llegar a fin de mes, bombardeados por cientos de frecuencias de baja vibración, nos resulta difícil reconocer su voz, y esa voz va quedando enterrada bajo una montaña de prioridades erróneas.
Es entonces cuando la persona comienza a decir cosas como: no sé quién soy, ni lo que quiero, o responde a la pregunta ¿qué es lo que más te gusta hacer en la vida? con un no lo sé.
¿Qué sucedería en el mundo si todas las personas viviesen conscientes de su plan de vida?
Que nadie, nunca más, dudaría de sí mismo ni de su verdad, ni se perdería en circunloquios mentales que le conducen a ninguna parte, o directo a la desgana o a la depresión.
¿Qué sucedería en la sociedad si todos nos ayudásemos a recordar? Si el objetivo de todos los programas políticos fuera ése, el de todas las empresas, el de todas las instituciones, públicas y privadas, el de los colegios, las universidades, las televisiones, las emisoras de radio, la prensa…
¿Qué pasaría si creáramos las bases de la sociedad sobre la certeza de que el ser humano alineado con su plan de vida es el pilar que el mundo necesita para evolucionar en armonía?
Los programas audiovisuales transmitirían ese mensaje, las escuelas nos enseñarían a creer en nosotros mismos y a encontrar nuestra verdad, los recursos públicos se destinarían a proyectos y actividades que fomentasen la conexión con el alma. El otro dejaría de ser un enemigo, una amenaza o un competidor, para convertirse en un aliado.
Volvamos a aquella tribu de África de la que habla la leyenda. Tolba Phanem, la poetisa que la narró, afirma que, en todos los momentos importantes de su vida, cada persona escucha su canción. Los habitantes del poblado se reúnen para cantársela cuando nace, en las diferentes etapas de su crecimiento, cuando se casa, cuando muere e incluso cuando comete un crimen o un acto social aberrante. En todas esas ocasiones le cantan su canción, para que recuerde quién es y a qué ha venido, seguros de que el reconocimiento y el amor despertarán la voz del alma en su interior.
Cuando el alma habla y la persona la escucha abandona cualquier deseo de dañar al otro o de poseer lo que tiene el otro, porque comprende su función en el mundo y se despierta en ella el anhelo de desempeñar esa función, de entregarse por completo a su propósito de vida. Además, el alma está hecha de amor, y el amor no entiende de luchas, ni de rencores, ni de envidias.
¿No sería eso mucho más efectivo que el castigo? ¿No resultaría más fructífero para nuestra sociedad que la persona decidiese por sí misma dejar de delinquir, porque ha comprendido de verdad que no es ése su propósito de vida?
Imaginemos un sistema judicial construido sobre la base de la confianza en la verdad del alma, un jurado destinado a despertar la voz del corazón en el que se desconectó de ella, y enfocado, por tanto, en lo que el acusado es capaz de lograr y no en lo que hizo mal. Jueces, abogados, fiscales y ciudadanos aplicando al unísono los postulados básicos de la Física Cuántica, conscientes del poder que poseen para darle fuerza a aquello en lo que colocan la atención. Mirar al delincuente como a alguien que perdió el rumbo, ayudarle a recuperarlo, colaborar en unidad para que le resulte fácil restablecer la conexión con el ser de luz que lleva en su interior. Las posibilidades son infinitas.
Si yo miro al delincuente como a alguien despreciable, merecedor de un castigo, estoy enviándole energía de baja vibración, y eso no le ayudará a cambiar, sino que potenciará precisamente aquello que considero reprobable. ¿Por qué darle fuerza a algo que daña profundamente a toda la sociedad? ¿Por qué no darle un giro a un sistema que, claramente, no funciona, y cambiar de perspectiva?
Y, voy más allá, ¿por qué no aplicar esa perspectiva en mi propia vida, de cara a los demás? A los que me incomodan, a los que me dañan, a los que creo que obran mal, a mis familiares, a mis compañeros de trabajo, a mis amigos… ¿Por qué no mirarlos como un universo de maravillosas posibilidades en vez de enfocarme en destacar lo que hacen mal? ¿No sería más provechoso que intentara ayudarles a recuperar la conexión con su interior?
Si yo conociera su canción, la canción del alma de las personas con las que convivo, podría causar en ellas un efecto positivo cada vez que se la cantase. Entonando una simple canción estaría elevando su vibración, generando en el ambiente las frecuencias que facilitarían la conexión con su voz interior y con el recuerdo de su plan de vida. ¿Podrían esas personas resistirse al efecto de su propia canción?
Yo creo que no.
Hace unos años, poco antes de que descubriera mi misión, estaba meditando al aire libre, sintiendo la caricia del sol en la piel. De algún rincón de mi ser comenzó a surgir una melodía. Como estaba sola me animé a entonarla. Las palabras no tardaron en llegar: una especie de mantra en un idioma para mí desconocido. La estuve cantando durante un rato. Al acabar me sentí renovada, alegre, con ilusión, pero no se lo achaqué a la canción, que, sin saber cómo ni por qué, fue surgiendo en diferentes instantes de mi vida, produciendo en mí siempre el mismo efecto.
¿Fue casualidad que un mes y medio después de andar cantándola, yo comprendiera cuál era mi labor en este mundo y me animase a emprenderla? Tal vez. O tal vez, no; porque cuando leí la historia de aquel poblado de África, me acordé de mi canción y tuve la certeza de que ya sabía para qué.
La canción del alma sirve para reconectar al ser humano con lo que ha olvidado, los recuerdos de su alma, pero también con la vibración del amor. El amor es la energía primigenia, la célula madre de toda la creación. Cuando sentimos su vibración, el alma adormecida se despierta, el que está agotado recupera las ganas de vivir, el que está confuso comprende y el que se perdió vislumbra la salida.
¿Y si nos atreviésemos a innovar? ¿Y si aunáramos esfuerzos para introducir cambios en nuestro sistema de creencias y costumbres? Cambios destinados a modificar el enfoque: en vez de centrarnos en lo que no funciona, idear castigos o luchar para eliminarlo, centrarnos en las cualidades, fomentar las capacidades de cada uno, colaborar para que todos recuperemos la conexión con el ser de luz que llevamos dentro.
Con el avance de la civilización hemos dejado atrás gran parte del gran Conocimiento, ese que habla de la verdad del ser y del motivo que nos trajo aquí. Para recuperarlo, a veces, debemos volver atrás, posar la mirada en las civilizaciones que, aparentando ser antiguas o atrasadas, conservan costumbres que nos hablan de nosotros mismos, de quiénes somos en realidad y de cómo recuperar la conexión que hemos perdido por el camino.
Evidentemente no podemos aprendernos la canción de todas las personas que habitan este planeta, para cantársela cuando llegue el momento, como harían en aquella tribu africana. Pero sí podemos aprendernos la canción de las personas con las que convivimos a diario y, sobre todo, nuestra propia canción. El cambio comienza en uno mismo.
Si, en vez de tararear lo que habitualmente suena por la radio –grandes éxitos que me animan a desconfiar de mí, a cederle el poder al otro o a quejarme de todo lo que va mal-, yo tarareo mi propia canción, no sólo estaré evitando que me baje la vibración sino que además estaré activando la conexión con mi alma. A través de ella, yo descubriré quién soy, recuperaré las ganas y las fuerzas para vivir cumpliendo aquello para lo que he venido. La vida recobrará el sentido. Me sentiré útil y completo. Dejaré de anhelar lo que tienen otros, porque mi mayor anhelo será continuar siendo yo mismo.
Podemos idear formas y rituales para encontrar nuestra canción, buscar en las costumbres de las civilizaciones antiguas o, simplemente, dejar que fluya la imaginación para crearla, porque la imaginación es uno de los conectores principales con el alma. Todos somos sabios y capaces, los más sabios del mundo para nuestra propia vida, pero esa sabiduría parte del alma, porque en ella se encuentran albergados todos los recuerdos, toda la información que necesitamos para crecer en armonía.
No existe un único sistema para hallar la canción del alma. Cada persona debe encontrar el suyo, aquel con el que se siente cómoda, el que le resulta fácil, con el que disfruta… Pero sirvan, a modo de ejemplo, estas instrucciones:
Colócate en una postura cómoda, en un lugar en donde sientas paz, preferiblemente cerca de la Naturaleza.
Dedica unos minutos a admirar la belleza que te rodea y agradece poder disfrutar de ese entorno y de ese momento.
Después cierra los ojos y respira conscientemente varias veces, permitiendo que tu abdomen se expanda y se contraiga mientras te vas relajando.
Manifiesta tu intención de hallar la canción de tu alma, luego, imagina que se enciende una luz en el centro de tu pecho, una luz en forma de esfera, y centra toda tu atención en ella.
Esa luz se va expandiendo al ritmo de tu respiración, hasta abarcarte por completo.
Inmerso en esa luz déjate acunar por ella. Siente su efecto sobre ti.
Permanece así unos minutos, permitiéndote sentir lo que el contacto con tu alma te produce.
Empieza a cantar, sin concederle importancia a la melodía o las palabras que surjan de ti, sin cuestionarlas, sin sentirte avergonzado por hacerlo mal. Simplemente canta. Déjate llevar, permite que fluya. Siente el efecto de esa canción en ti.
Cuando la encuentres cántasela a tus seres queridos, a las personas en las que más confíes. Pídeles que se la aprendan y que te la canten cuando te noten perdido. Y haz tú lo mismo con ellas. Ayúdales a encontrar la canción de su alma y cántasela cuando percibas su desconexión o su tristeza. En esos momentos, no intentes decirles cuál es su verdad, porque tú no la sabes, pero ellos sí. Ayúdales a encontrarla por sí mismos.
La mejor ayuda que puedes prestar a otro es mostrarle que él es capaz, que él sabe cuál es el camino y que puede hallarlo en su interior.
Si todos aunáramos esfuerzos para ayudar a los demás a recuperar la conexión con el alma, el mundo daría un importante giro hacia el amor. Las disputas, los conflictos y las guerras se irían apagando, como llamas que pierden su fuel. El amor alumbraría nuevos rumbos, nuevos horizontes, suavizaría fronteras, hermanaría corazones. Cientos, miles, millones de personas colaborando para que cada ser ocupara su verdadero lugar y recuperase la paz.
Parece un sueño, pero es posible. Un sueño posible que está al alcance de nuestras manos, porque lo único que cada uno de nosotros tenemos que hacer para lograr que se cumpla es decidirnos a cambiar el enfoque: elogio en vez de crítica, apoyo en vez de castigo, amor en vez de rencor. Aplicado en todos los instantes de la vida, hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Recordar la canción del alma puede ser el principio, aunque las posibilidades son infinitas.
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